RUPERTO SALCEDO URQUIETA
(chileno)
SOLEMNE
Cecilia
María Isabel, también ha muerto
junto sa su imagen pondré su cuerpo.
María Isabel, la mía,
ha negado su dulce silencio
al confesar, sin saberlo
al hablar
con palabras, tan raras, para mi
que mil veces me hundí
soñando
por sus ojos
llenos
de respuestas
y tierna compañía.
María Isabel
ha muerto
la mía
se ha ido
al desbaratar
su forma inmensa de luz
el peso gimiente
de mi espalda cansada.
Nada tengo
Cecilia, nombre
mi compañera
está también contigo
perfecta, intangible
cantando con voces celestiales
que suenan en mi pecho
hacia tu figura
de luminoso delirio
mientras me arrastro
esperanzado
temblando de frío
ansiedad
y miedo
hacia el cuerpo tibio
del horizonte lejano.
EL HUMILDE PODEROSO
Voy a imponer mi silencio
Cierro el paso hacia mí
de la gente
Voy a hablar con la mirada
hacia adentro
de sucesos mudos
de angustias que perforan
de fibras invisibles
trituradas
de mil muertes diarias
y de un solo renacer
en el alba del habla
en el mágico regalo
que deja el verbo.
Con la alegre voluptuosidad
de encontrar una verdad
en el vacío
y sentirse
como un labriego
con una sonrisa humilde y
sana de
encontrar
el rebaño en el camino.
Sigo absorto, pleno, mi viaje
entre realidades impalpablrs
con súbitos encuentros
que inspiran mi canto
sereno
de podador de misterios
en mi carreta tirada por
luces
hacia la paz redonda de
la manzana
en el mundo fantástico
de mi huerto.
IMAGEN
Habrá siempre
algo mío en tí
porque tú eres lo que yo necesito
Eres tibia y ovalada
como un corredor
de mi casa de la infancia
Simple y dulce
eres ímtima
como mi más mínima palabra.
El hoyo más muerto
debajo de la ciudad de los vivos
donde los ojos solo ven el recuerdo
y el silencio de un espacio fijo
se lo inconsciente el olvido.
Conocíamos a Ruperto Salcedo Urquieta desde nuestras primeras andanzas. Era un hombre jovial, de trato fino y elevado. Afable.Y gran amigo.
ResponderEliminarPublicó numerosos libros.
Un día se apagó su sonrisa,siendo aun muy joven. Tal vez esa noche bajaron las estrellas a sollozar diamantes y el viento no quiso llamarse viento...
Después lo de siempre: un otoño de plomo, aludes de hojarascas, indiferencia, olvido.
Es una pena no poder hacer cosas grandes y duraderas para así rescatar del desamparo a tantos poetas, maravillosos por el solo hecho de haber estado aquí, mujeres y hombres que llegaron a endulzar el aire con sus cantos.Hay demasiados poetas ignorados debajo de la Gran Hojarasca...
Diego de la Noche