MAFFUD MASSIS
1916 - 1990
(chileno)
Yo era el tiburón asediado por las vírgenes,
y grandes carneros enlutados alimentaban mi alma
con larvas que criaban al pie
de los patíbulos.
Negros jinetes y un dios comido de lombrices,
quemaban en mi puerta un corazón de zorro.
Yo estaba triste, como si recién hubiese resucitado.
Un cuerno de pus separa tu corazón del mío,
oh hermosa,
y tu recuerdo es difícil, como el parto de las tarántulas.
Para recordarte, sobre mi pulmón guardo una mandíbula
de muerto, y a tu memoria, hija del desierto,
bebo este vaso de gangrena.
Todos estamos perdidos y respiramos por la uretra
a sollozos,
hasta los ángeles ocultan ojos de saurio
y lagartos en la vagina,
y desde el fondo del semen mugen hombres
y monstruos encadenados.
Todos estamos podridos. ¡Yo estoy molido
hasta los goznes!
y vomito estiércol, y palo de momia y cuero
de caballo abandonado.
Cuatro búfalos me echan su menstruación celeste;
solo el gusano respira en mi sarcófago,
me sorbe los tuétanos,
y sobre el pasto que crece en mi pecho izquierdo
orinan las yeguas.
Ya lo sabemos: se acabaron los dioses:
el cielo está hueco.
LUKÖ
¿A qué anticuario robarías esos ojos?¿Qué caballero muerto,
con su túnica negra, camina bajo tus pestañas,
llenando el aire de aves de cetrería? Tus ojos, puñales fríos,
o milanos sentimentales cuando aletean sobre mi corazón,
niños vagos llevando grandes cinerarias
en este atardecer en que me arrastro.
Oh, tú que escarbas en mi pecho cada noche,
arráncame estas hormigas del alma, arráncame la lengua.
Extiende el ramaje de tus ojos, defiéndeme
de los espectros de la cámara roja.
Bajo el plexo vuelan mortuorias mariposas,
caen sobre el terciopelo,
o me llaman señalándome desde la ventana. ¡Envuélveme!
Me desplomo con la mandíbula rota,
entre hierros y muertos sin paladar, y tú desciendes
sosteniendo la estatua de Apolo, su rama eternamente verde
salvando el sueño, la quimera
que vive aún en el pánico de tus ojos
como un hurón de oro bajo la gacela oscura.
LAS GIRALUNAS
Solea.
Abril y su gala de aromas.
Sé que hay un mundo, afuera,
y entre nosotros dos,
un té que humea
hasta tu mirada.
Con eso alcanza,
más algunas palabras,
la pereza de tu caricia
el ardor de la mía.
Cierro la ventana,
para nadar tu oscuridad
hecha de silencios.
No importa el mundo
de afuera bajo el sol,
adentro, la luna reina,
y la penumbra es
una llanura de giralunas.
EPIFANÍA DEL OTRO SEGUNDO
El humo se metió en el hueco de los huesos,
la piedra estalló en arenas y calizas,
el cristal en añicos de horas diversas
multiplicadas y divididas por mil,
el guijarro se pulverizó en tiza,
la gota no tuvo dónde soñar el mar
y aprendió a volar sobre campos de ceniza.
De la hueca calavera nació la flor más negra
hecha de pétalos sangrientos y lágrimas de plata verdadera
A TUS ENORMES OJOS, CERRADOS
Una libélula de gamuza azul
intrusa la noche de los ciegos,
sus campos de curvas tulipas,
sus hoscos potros azabache.
Hay en el manto orinegro
del silencio, un nombre, clavado,
y detrás, su millar de sombras
en horizontes por siempre lejanos.
Ahí, una paloma reina
en el filo de las altas cornisas, y
una gota de ámbar negro pende
de un hilo hechos de humos
hasta caer en arroyos carbonizados.
El grito del niño en la placenta
se ha vuelto vena cava
en el corazón viejo del hombre;
toda la luz del cosmos cabe
entre la punta de dos de tus pestañas.
Pero estás callada.
¿ qué viento se llevó tus palabras?
Y en el mar del tiempo clavas el ancla
como quien ruega exhausto
por una piadosa pausa.
En esa noche misma
hay mirlos del color de las ágatas,
engarzados en el aire espeso,
bocas llorando el beso
que de lejano se ha vuelto helado,
molinos que giran en vano
como crisantemos de aluminio
en el sueño de los muertos.
La oruga celebra su coronación alada,
la seda de su vientre acaricia
la punta de la grama, y se alza
como un rayo que negara la tierra.
Abrázame, hasta que me duela...
nosotros, que habitamos desde siempre
los bordes imprecisos
de la muerte y de la vida
del edén y del infierno.
Abrázame hasta ser uno,
nosotros, que ya hemos sido tantos
y cuántos más seremos,
bajo este cielo inexistente,
en formas sutilmente diferentes,
pasajeros del mismo amor ajado
del mismo sueño de vivos óleos,
con nuestra carga de sin embargos.
Un millar de libélulas indecisas
se han vuelto vagabundas
en esta noche sin serenatas,
se parecen en su titilar a las estrellas
por invisibles y lejanas.
Apaga la luz, el fuego.
Vámonos de aquí, ahora,
antes de que alguien nos invada
y nos obligue a vivir otra vida,
buscåndonos.
ORUMBEGA
Me pareció verte
entre la anónima muchedumbre,
en un andén de Retiro
a la hora en que los trenes se abarrotan;
tenías todos los años de nuestra ausencia
colgados de tu piel enjuta,
yo venía de suicidios, divorcios, y otros exilios,
vos venías de entierros y crepúsculos finales,
y nos cruzamos las miradas:
un instante fulminante como un rayo,,,
Sonaba un tango en los altavoces
y por esas cosas que se sienten
aunque ninguna razón las explica,
en esa voz disfónica oí mi nombre
anunciando mi muerte, el degüello
y la partida de un tren sin destino.
Se volvieron locas las palomas
en los altos tinglados de hierro,
la tristeza de la tarde caía
como un pesado telón de terciopelo.
Llevabas en la mirada todo
mi perdido universo de infancia,
mis juguetes preferidos,
lágrimas vertidas,
el severo ademán del no se puede
todavía amartillado en el entrecejo,
y un extravío ya propio del ser viejo
alojado en lo celeste de tus ojos claros.
No me dijiste nada.
Hace muchos, muchos años
habíamos peleado.
y nos fue alejando
la distancia y el silencio
en un para siempre parecido
a la muerte.
Me acerqué y nos miramos,
de nuevo.
Dudaste,
yo estaba seguro.
Te abracé primero despacio,
y después nos hicimos un nudo.
me dijiste al oído y con pena
- qué te parió che,,,
yo te dije
- viejo,,,
A la hora en que salía un expreso
llevándose consigo
a todas las palomas en ese torbellino
del tiempo perdido,
y en vano,
como son en balde las vanidades,
los enconos
y los encuentros postergados.
Nos pasaron por encima
los hombres y mujeres
vomitados de los trenes
los personajes que fuímos y seremos
nos habitaron las miradas
y nos cortaron el aliento,
en este homenaje a los enconos
en este insulto a las distancias
que desbaratan la fragancia
de tu piel oliendo a lavandas
y la mía oliendo a soberbia y nada.
Un silbato destrozó en mil
aquel silencio de los ojos cerrados.
y entendimos, finalmente
que ya no había más estaciones para nosotros.
Todos partían a sus pueblos,
al refugio que da el hogar, el fuego,
nosotros no teníamos dónde
derramar la sombra de nuestro abrazo.
Solea.
Abril y su gala de aromas.
Sé que hay un mundo, afuera,
y entre nosotros dos,
un té que humea
hasta tu mirada.
Con eso alcanza,
más algunas palabras,
la pereza de tu caricia
el ardor de la mía.
Cierro la ventana,
para nadar tu oscuridad
hecha de silencios.
No importa el mundo
de afuera bajo el sol,
adentro, la luna reina,
y la penumbra es
una llanura de giralunas.
EPIFANÍA DEL OTRO SEGUNDO
El humo se metió en el hueco de los huesos,
la piedra estalló en arenas y calizas,
el cristal en añicos de horas diversas
multiplicadas y divididas por mil,
el guijarro se pulverizó en tiza,
la gota no tuvo dónde soñar el mar
y aprendió a volar sobre campos de ceniza.
De la hueca calavera nació la flor más negra
hecha de pétalos sangrientos y lágrimas de plata verdadera
A TUS ENORMES OJOS, CERRADOS
Una libélula de gamuza azul
intrusa la noche de los ciegos,
sus campos de curvas tulipas,
sus hoscos potros azabache.
Hay en el manto orinegro
del silencio, un nombre, clavado,
y detrás, su millar de sombras
en horizontes por siempre lejanos.
Ahí, una paloma reina
en el filo de las altas cornisas, y
una gota de ámbar negro pende
de un hilo hechos de humos
hasta caer en arroyos carbonizados.
El grito del niño en la placenta
se ha vuelto vena cava
en el corazón viejo del hombre;
toda la luz del cosmos cabe
entre la punta de dos de tus pestañas.
Pero estás callada.
¿ qué viento se llevó tus palabras?
Y en el mar del tiempo clavas el ancla
como quien ruega exhausto
por una piadosa pausa.
En esa noche misma
hay mirlos del color de las ágatas,
engarzados en el aire espeso,
bocas llorando el beso
que de lejano se ha vuelto helado,
molinos que giran en vano
como crisantemos de aluminio
en el sueño de los muertos.
La oruga celebra su coronación alada,
la seda de su vientre acaricia
la punta de la grama, y se alza
como un rayo que negara la tierra.
Abrázame, hasta que me duela...
nosotros, que habitamos desde siempre
los bordes imprecisos
de la muerte y de la vida
del edén y del infierno.
Abrázame hasta ser uno,
nosotros, que ya hemos sido tantos
y cuántos más seremos,
bajo este cielo inexistente,
en formas sutilmente diferentes,
pasajeros del mismo amor ajado
del mismo sueño de vivos óleos,
con nuestra carga de sin embargos.
Un millar de libélulas indecisas
se han vuelto vagabundas
en esta noche sin serenatas,
se parecen en su titilar a las estrellas
por invisibles y lejanas.
Apaga la luz, el fuego.
Vámonos de aquí, ahora,
antes de que alguien nos invada
y nos obligue a vivir otra vida,
buscåndonos.
ORUMBEGA
Me pareció verte
entre la anónima muchedumbre,
en un andén de Retiro
a la hora en que los trenes se abarrotan;
tenías todos los años de nuestra ausencia
colgados de tu piel enjuta,
yo venía de suicidios, divorcios, y otros exilios,
vos venías de entierros y crepúsculos finales,
y nos cruzamos las miradas:
un instante fulminante como un rayo,,,
Sonaba un tango en los altavoces
y por esas cosas que se sienten
aunque ninguna razón las explica,
en esa voz disfónica oí mi nombre
anunciando mi muerte, el degüello
y la partida de un tren sin destino.
Se volvieron locas las palomas
en los altos tinglados de hierro,
la tristeza de la tarde caía
como un pesado telón de terciopelo.
Llevabas en la mirada todo
mi perdido universo de infancia,
mis juguetes preferidos,
lágrimas vertidas,
el severo ademán del no se puede
todavía amartillado en el entrecejo,
y un extravío ya propio del ser viejo
alojado en lo celeste de tus ojos claros.
No me dijiste nada.
Hace muchos, muchos años
habíamos peleado.
y nos fue alejando
la distancia y el silencio
en un para siempre parecido
a la muerte.
Me acerqué y nos miramos,
de nuevo.
Dudaste,
yo estaba seguro.
Te abracé primero despacio,
y después nos hicimos un nudo.
me dijiste al oído y con pena
- qué te parió che,,,
yo te dije
- viejo,,,
A la hora en que salía un expreso
llevándose consigo
a todas las palomas en ese torbellino
del tiempo perdido,
y en vano,
como son en balde las vanidades,
los enconos
y los encuentros postergados.
Nos pasaron por encima
los hombres y mujeres
vomitados de los trenes
los personajes que fuímos y seremos
nos habitaron las miradas
y nos cortaron el aliento,
en este homenaje a los enconos
en este insulto a las distancias
que desbaratan la fragancia
de tu piel oliendo a lavandas
y la mía oliendo a soberbia y nada.
Un silbato destrozó en mil
aquel silencio de los ojos cerrados.
y entendimos, finalmente
que ya no había más estaciones para nosotros.
Todos partían a sus pueblos,
al refugio que da el hogar, el fuego,
nosotros no teníamos dónde
derramar la sombra de nuestro abrazo.