MIGUEL RAMOS CARRION
1848 - 1915
(español)
EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS
Desde la ventana de un casucho viejo
abierto en verano, cerrado en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubios cabellos
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas, pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
y que por la espalda casi roza el suelo.
Un seminarista entre todos ellos
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos
desde que la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubios cabellos,
la mirada muy fila, con mirar intenso.
-Y siempre que pasa, la deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros-.
Monótono y tardo va pasando el tiempo,
y muer el estío, y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.
Desde la ventana del casucho viejo,
siempre sola y triste, rezando y cosiendo,
una de rubios cabellos salmantina
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Pero no ve a todos. Ve solo a uno de ellos,
"su" seminarista de los ojos negros.
Cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego
parece decirla: ¡Te quiero! ¡Te quiero!,
yo no he de ser cura. yo no puedo serlo;
¡si yo no he de ser tuyo, me muero... ¡me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho;
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya solo vive en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.
En una lluviosa mañana de invierno
la niña, que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos:
por la angosta calle pasaba un entierro.
Un seminarista, sin duda, era el muerto;
los seminaristas iban en silencio
con beca roja por cima cubierto
y sobre la beca el bonete negro.
con sus voces roncas cantaban los clérigos,
siempre en dos filas hacia el cementerio,
como por las tardes al ir de paseo.
La niña, angustiada, miraba el cortejo:
los conoce a todos a fuerza de verlos...
solo, solo faltaba entre ellos
el seminarista de los ojos negros.
Corrieron los años, pasó mucho tiempo...
Y allá en la ventana del casucho viejo
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa, encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
recuerda con tristeza, por las tardes,
al seminarista de los ojos negros.
Este hermoso poema ha traspasado todo tipo de barreras, bien escrito como cincelado en cristales y la profunda tristeza que resbala de la costurera es gemela con el agua melancólica del seminarista de los ojos negros... Es una gran poema... que desaf'ia al viento y a los años saliendo airoso.siempre...
ResponderEliminar